Casa de las Aguas
La casa-palacio conocida popularmente como “Casa de las Aguas”, recibe este nombre por estar situados en este recinto los depósitos de agua que servían para el suministro de la ciudad. “Hasta el año 1872 se careció de aguas potables en el interior de la población”, recoge Morte Molina en sus Apuntes, en los que ya aparece una primera mención a un “edificio de la calle San Fernando” que albergaba los depósitos desde donde se distribuía el agua hasta los puntos más alejados de Montilla. El feliz iniciador de estos trabajos y el impulsor del abastecimiento de agua a la población fue el ingeniero militar D. José María Sánchez Molero, que vino a la ciudad en busca del campus mundensis, en 1864. Vivió en esta casa, junto con su señora, hasta su muerte y luego pasó a propiedad de su sobrino Ángel Sisternes. Más tarde, en 1940, la casa fue adquirida por la Condesa de Aguiar, hermana del VII Conde de la Cortina.
El edificio es una casa palacio “de nobles trazas” y el estilo característico de las casonas señoriales de fines del siglo XIX. Está ordenada en torno a dos núcleos diferenciados que se comunican mediante un jardín. La vivienda se estructura en tres dobles crujías alrededor del patio claustrado, con tres plantas de altura.
El inmueble fue adquirido por el Excmo. Ayuntamiento de Montilla el 5 de mayo del año 2000 y después de las adaptaciones pertinentes, se constituye en punta de lanza de la cultura en Montilla, en un marco como este, que encierra algunas de las mejores páginas de nuestra ciudad en el siglo pasado. La planta baja, que cuenta con un amplio jardín, da entrada al Museo Garnelo que ocupa, además, toda la primera planta del edificio. La planta segunda del edificio alberga la Fundación Biblioteca Manuel Ruiz Luque en la que se integra un extenso conjunto de treinta mil volúmenes, entre los que se hallan la mejor colección de historias locales de las existentes en España, junto a un buen número de raros ejemplares y una amplia sección de manuscritos. Con este proyecto, Montilla manifiesta su voluntad de proseguir en ese “renacimiento” que ya desde el siglo XVI, convirtió a esta ciudad en un activo foco intelectual, donde El Inca Garcilaso y Cervantes escriben páginas inmortales, y Martín de Roa y San Juan de Ávila ejercen su sabio y provechoso magisterio.